Estoy por la mañana en mi taller
haciendo una cabeza de acero y en la radio oigo las noticias. Algo como “los
especialistas en la materia alertan de que, de seguir así, el cambio climático
generará en este siglo, etc (el título)”. Espantado y furioso continuo con mi
trabajo. Espantado por el terror de las hordas desfavorecidas que van a invadir
mi pueblo, mi casa, y furioso por recordar de nuevo que existen unas personas,
ahora mismo almorzando, o charlando, que están tomando decisiones
importantísimas para el futuro de la Tierra con muy poca inteligencia y menos
aún conciencia de la gente y del futuro del planeta. Decisiones básicamente
tomadas desde el mezquino sentido de salvarse y enriquecerse a costa de
exactamente lo que sea.
Sigo trabajando. Total, un par de
kilos más de carga sobre la espalda. Una carga con la que nos estamos acostumbrando
a vivir, porque ha ido apareciendo de forma progresiva, aclimatándonos.
Pienso, entre otras cosas, que la
vida siempre ha sido muy dura en la Tierra, y que en ese sentido no ha hecho
sino mejorar. Pero inmediatamente me vienen las imágenes de las manos heridas
de la gente que intenta entrar por Melilla a costa de lo que sea, viviendo un día
a día entre la vida y la muerte. Algo que puedo sentir de una forma penosamente
tibia. Inmediatamente vuelve la imagen de los dirigentes, los que se ven, y los
que no se ven. Me doy cuenta de que, por mucho que embrutezcan de forma
premeditada a la población con información, lúdica o informativa, absolutamente
falsa e involutiva, o introduzcan infiltrados violentos en las legítimas
manifestaciones de la gente con el fin de desvirtuarlas, el empuje de la
evolución es imparable, incluso para ellos. Totalmente imparable, porque
pertenece a mecanismos gigantescos, de los que las catástrofes naturales que
nos ponen en nuestro sitio en un momento son sólo una de las caras visibles, y
menores. La violencia de la situación, lo que nos enerva de tal modo que
únicamente es lo paulatino de la cosa lo que impide que todo estalle, es que
esa gente sin conversación posible maneja el dinero, el nuestro. Y, aparte de
lo que se quedan, lo que hacen con el resto es normalmente estúpido.
Sigo soldando ¿Qué puedo hacer si
no?
Entonces recuerdo lo que puedo
hacer, el orden de cosas en el que puedo actuar. Ahí es donde soy invencible,
porque hubo un tiempo en el que aún era posible frenar el intercambio de
pensamiento, eso que hace que juntemos hallazgos beneficiándonos unos de los de
otros y avanzando de este modo más rápido. Pero ahora no es posible frenarlo,
al menos no en una extensión del planeta suficientemente poderosa como para
vulnerar a la otra. Se nota el empuje de mi especie, y me siento orgulloso de
pertenecer a ella.
Y así recuerdo que el trabajo, el
mío, el de todos, sea activo o sea contemplativo, posee en sus entrañas una de
las vías del despertar, y que la coyuntura pertenece al terreno del sueño.
Existe una incidencia en nuestra vida de esa coyuntura, sin duda, pero no
intocable. Vamos a hacer bien nuestro trabajo, a hacernos merecedores del mundo
que queremos. Lo demás es una simple y suave consecuencia de eso.
Jordi Díez, escultor diletante
Centelles
31/3/2014