SOBRE LA MUERTE

Existe un diálogo entre Miguel Ángel Buonarroti y unos amigos suyos, transcrito literalmente por Condivi, biógrafo oficial- y amigo- del maestro que no transcribiré aquí, pero que contaré grosso modo.

La escena se da en el momento en que Miguel Ángel y unos amigos salen de una taberna a horas avanzadas de la noche y uno de ellos propone seguir la fiesta en su casa, ofreciéndoles todas las comodidades, manjares y entretenimientos propios de una persona muy bien acomodada. Uno de los parroquianos acepta la invitación con gusto, sin embargo otro manifiesta aceptar sólo con la condición de que maese Miguel Ángel acepte también. Todos, entonces, quedan mirando al maestro en espera de lo que decida.

El maestro declina la invitación “¿Por qué?” preguntan todos.
Y Miguel Ángel responde algo como “vuestra compañía me resulta demasiado agradable y encantadora. Tarde o temprano noto cómo mi concentración en el trabajo se merma, y es algo que no quiero que suceda, porque he de trabajar”.
Protestas de todos ante el argumento aguafiestas. Pero de entre las voces se alza una que pregunta “Maestro, cuando perdéis esa concentración ¿De qué forma la recuperáis?”

Y Miguel Ángel contesta “a través de un sentimiento profundo de muerte”.
Creo entender lo que el divino maestro florentino expresaba en ese momento. Y creo que lo entiendo porque no me cuesta relacionarlo con algo que vengo sintiendo desde siempre: la excelencia en el arte se da cuando la obra posee el poder de disolver el apego a la vida.

¿Hablamos de algo trágico pues? No necesariamente. He sentido, como todos, momentos de una felicidad y plenitud tales que verdaderamente podría haber caído muerto en ese instante sin demasiada tragedia. También algunos momentos de tristeza oscura en los que morir parecía la única salida. Quizás estamos culturalmente más preparados para reconocer el sentimiento de muerte en la tristeza que en la felicidad, pero creo que un sentimiento de alta potencia traspasa niveles de conciencia, crea un puente directo entre lo alto y lo bajo, cuestionando, entonces, nuestra conciencia actual como único nivel de existencia, por tanto no imprescindible.

He sentido ese estremecimiento disolvente por supuesto con Miguel Ángel, pero también con Bach, con Beethoven, con Arvo Pärt y algunas esculturas clásicas, como las de Fidias, poesía de Machado, de Rimbaud y de Emily Dickinson, pintura angélica de Leonardo, y más cosas que me olvido.

Para mí no existe otra distinción entre el gran arte y el que no lo es.

Jordi Díez, 19 Agosto 2012

8 comentarios:

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    1. Muy potente, Jordi, dinamita!! La creación al máximo nivel es tal cual lo describe Miguel Ángel, pero siempre es estar bordeando la línea, eso es muy inteso, lo sé!! De momento, hago un apunte de unas palabras de un escritor, pero que también vale para las artes plásticas: “Si aspiras a vivir tú, deja que mueran las palabras. En ti ellas sustituyen al color, al saber, a los aromas. Te mueres de hambre porque solo ves naturalezas muertas muy bien pintadas, pero nadie te ofrece de comer. Un menú no es un banquete, saber la fórmula del agua no te quita la sed; deshojar la rosa y comprobar la inserción de los pétalos y del polen no te explicará sus innumerables párpados y su sencilla majestad perfumada. Adéntrate en la vida como se adentra uno en el mar, y esfuérzate en comprender. El espeso zumbido de las abejas en torno a la cúpula del árbol, el rumor del aire que se desgarra entre las ramas…El peligro de las palabras es muy grande. En apariencia ellas son tu única fortuna, pero no es cierto. No te dejes embaucar ni hipnotizar por ellas; que no se interpongan entre la vida y tú; que no te deslumbren ni te cieguen ante la realidad y tú. La realidad no está ahí para que tú la traduzcas: no precisa que nadie la traduzca. La música no es la partitura. Las olas no son nada sin el mar”

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    2. Si, si, maravilloso texto!
      Hace cierto tiempo hice el salto del tigre y me metí en la vida. Quizás prolongué excesivamente la etapa de los referentes, de los tutores que necesariamente necesitamos cuando empezamos a crecer, referencias literarias, trabajos de grandes artistas... tutores que pueden acabar cercándote y ofreciéndote un terreno en el que estás protegido, que conoces bien... y que te hace dar vueltas como una gallina en su corral.
      Me vi en una habitación muy respetable y muy cerrada, copiándome a mí mismo por asfixia.
      Y entonces decidí que en adelante mi referencia iba a ser la pura vida, y lo que antes identificaba con dispersión, pérdida de espacio propio, incluso con pérdida de identidad, de repente era, y será, precisamente lo que trae de la mano la necesaria desaparición de mí mismo, de mi mundillo de identificación con mis maneras de ser, mis gustos, mis manías, para disolverme en la majestad absoluta del torrente de la vida. Qué maravilloso alivio!
      En la película del niño bailarín Billy Elliot, lo que hace que le admitan en la escuela de danza es su respuesta a la pregunta de por qué quiere bailar. "Cuando bailo desaparezco". Ese desaparecer, donde el discurso continuo y banal de la mente queda atrás, es para nosotros el retorno al Paraíso, y es lo que nos engancha en nuestros talleres.

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  2. Le daré más vueltas al texto, porque tiene mucha miga, es complejo y apasionante!!

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  3. De acuerdo Jordi: el tema de la muerte enfoca directamente al quid de la temática. De hecho la experiencia estética, ya sea contemplativa o creativa, lo es por su referencia a la muerte: la conciencia de finitud que el humano es. A esto me refería en mi intervención cuando hablaba del ser fronterizo del artista y de su obra. No en balde el indicio incuestionable de humanidad en un yacimiento arqueológico no es otro que la presencia de objetos de culto: creaciones destinadas a dinamizar y explicitar el límite entre el aquí y el allá; el resquicio donde se gesta e inserta lo artístico. El gran problema de la humanidad actual reside en la profanación más que en la desacralización: esta especie de miopía que nos ciega a la posibilidad de vivir en la constancia del límite y ocultándonos la finitud que somos. Es en la vivencia estética donde, de algún modo, se produce el fugaz retorno a aquella situación primigenia de la humanidad.
    Pau Albors

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    1. Yo más que conciencia de finitud hablaría justo de lo contrario, aunque no exactamente de conciencia, sino de, por encontrar un término aproximado, "intuición", o quizás "recuerdo" de infinitud. Creo que vivimos con una melodía constante -que de tanto oírla necesitamos hacer un decidido esfuerzo de frenar inercias para escucharla- de infinitud, de infinito, de eternidad. Para mí el arte es un canto de la humanidad a esa sensación, que en el fondo nos consta que es cierta, y que es lo único inmutable. En estadios menos evolucionados de la humanidad, nos costaba bastante poco relacionar, o etiquetar, cualquier destello de intuición con lo religioso. En el punto en el que nos encontramos estamos frente a un terreno que ya exige más conciencia y profundización. Algo así como no conformarse con respuestas ramplonas, o llenas de axiomas, lo cual no obligadamente destierra el misterio. Creo que la consabida pretensión de la ciencia de desterrar el misterio, su pretendida capacidad desacralizadora, sólo conforma momentáneamente al científico que necesita creer que encuentra algo definitivo, cuando lo cierto es que trabaja con otros niveles de conocimiento, para los que lo inmutable es un compartimento estanco. Creo que en el ciclo en que nos movemos ahora toca resacralizar, pero sólo porque aumentamos el campo, como es natural en nuestro estado evolutivo actual, y captamos que el misterio sigue envolviendo y rodeando al discurso de la razón, el cual es una pequeña parcela de un continente infinito.
      Creo que no hay mayor prueba de la conciencia de lo infinito que el homenaje que hace el ser humano a él continuamente, es decir, el arte, ni mayor prueba de la existencia real de lo infinito que la nostalgia que sentimos de ese infinito.

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    2. No vamos a polemizar por palabras: conciencia de finitud o intuición de infinitud mencionan lo mismo, son las dos caras de la misma moneda; y el artista, ese ser bicéfalo de la tradición humanista que, habitando en la delimitación, intuyendo la infinitud toma conciencia de su finitud (de hecho, creo que es a esa frontera a la que te refieres cuando comentas eso del “salto del tigre” en tu respuesta al comentario de la Raquel). También creo acertada esta necesidad de resacralizar la vida; tal vez un retorno a esas vivencias originarias, que tomaron forma en los cultos previos a la institucionalización adulteradora de las religiones en el periodo helenístico. Con el nacimiento y triunfo de la ciencia moderna, con su exigencia de cuantificación de lo real, ya fue el acabose! Nostalgia; ciertamente. En mi intervención hablaba de misión -más que función- del artista; esa recuperación tras la pérdida; ese retorno después del extravío; esa resacralización tras profanación, no como un acto individual del creador (que de siempre se ha seguido dando) sino como un modo social del existir humano (como lo fue en los cultos prereligiosos) es ahora de difícil realización, pero, más que nunca antes, necesaria. No es que el arte haya de salvar al mundo, pero creo que es en el arte en donde se pueden encontrar aun esos modos de relación del humano consigo mismo y con el mundo que han de servir de modelo.

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