Sobre el Metalenguaje

El metalenguaje es, como su nombre indica, metalenguaje. Y no es más. Sin embargo, a diferencia de todo lo demás que no es salvo ello mismo, el metalenguaje, por utilizar palabras como material de trabajo, tiene la característica de mimetizarse con discursos auténticos de cualquier disciplina, pasando, salvo para el ojo atento, como uno más, con el mismo derecho a existir.

En arte, el metalenguaje campa tan por sus respetos que es casi imposible encontrar un texto no histórico que sirva en realidad para algo útil. La mayoría de los textos –metalenguaje- están orientados a perpetuar, o bien un mercado, o bien directamente al que lo escribe. Pero son lobos con piel de cordero que, con el prurito de lo científico o filosófico, suelen acabar desbancando al discurso verdadero, normalmente con menos recursos formales a su favor, puesto que no declama.

Sin embargo, lo que en arte es bastante visible, no lo es tanto en otras disciplinas, aunque presumiblemente su presencia es la misma.

¿Por qué? Porque el metalenguaje no nace del hambre de belleza y conocimiento o de conquista sobre la incertidumbre, sino del ansia de perpetuación a costa del esfuerzo ajeno. Adopta a capricho éste o aquél aire y se infiltra entre los que se esfuerzan para, en medio del barullo, nutrirse subrepticiamente.

La buena noticia es que, como la yedra que invade un bosque de robles, anegándolo, dado que su crecimiento es más rápido y en cualquier estación, el metalenguaje acaba por devorar cualquier discurso verdadero hasta quedar solo. Su incapacidad creativa lo aboca entonces a la muerte.

Descanse en paz.

                                         Jordi Díez, escultor diletante

                                                     Centelles, 8/1/2013