TRANSMISIÓN DEL PROCESO CREATIVO vs TRANSMISIÓN DEL PROCESO PASIVO

En el Kybalión, compendio de sabiduría hermética directamente referido a la Tabla Esmeraldina, atribuida a Hermes Trismegisto, se postula, entre otros principios, el de la Correspondencia: como es arriba, es abajo. Este principio abarca los tres planos fundamentales, el físico, el mental y el espiritual.

En este sentido recuerdo leer cosas de un Pope del monte Athos, un monje ortodoxo de un nivel espiritual inconcebible, el Archimandrita Sophrony, que consignaba el hecho, ampliamente constatado en su experiencia, de que muchos de los monjes con los que compartía monasterio habían iniciado su camino con una experiencia espontánea de unión con el Espíritu Santo. En todos los casos, a partir de cierto momento, ese contacto de cortaba, y sobrevenía sobre sus vidas un erial en el que se veían obligados a trabajar durante muchos años. Algunos de los monjes no lograban retomar ese contacto. Otros lo conseguían al final de sus vidas.

Consideremos este ejemplo como el de máxima elevación posible, puesto que en la humanidad primero van los místicos, que vislumbran y experimentan lo más elevado de manera casi continua. Después los artistas, que se elevan en ocasiones a alturas sorprendentes, gracias a la libertad del juego, con el fin de consignarlas en su obra, y después los científicos, que racionalizan esos hallazgos.

Seguro que todo artista se ha encontrado con el pensamiento, de forma oída y/o de forma vivida, de que las mejores ideas se tienen al comienzo. En una cultura como la nuestra, en la que la juventud representa un campo muy fértil de venta de todo tipo, de manera que se ha creado una especie de concepto bastardo paralelo en forma de que sólo lo joven es válido, parece como que el gran principio hermético se paraliza, y no desarrolla todo su itinerario, es decir, no alcanza su conclusión.

¿A qué conclusión me refiero? A que, en realidad, lo que sucede es que de jóvenes tenemos una conexión con la órbita del conocimiento libre de cargas e intencionalidades, y toda nuestra trayectoria de adultos se resume en hacernos merecedores de esa conexión, hasta lograr que sea consciente. Y justo de eso es de lo que tratamos en TPC.

Personalmente, cuando empecé esculpía grandes formatos de piedra sin demasiados problemas del tipo “no podré”. Obraba con una ligereza que me hacía dar con hallazgos que me han proporcionado no pocos tormentos a lo largo de toda mi carrera posterior.

Cuando la ligereza me abandonó, sustituida por el compromiso con mi carrera, entró a machete la duda, y hoy sé que todo el inmenso rodeo que he dado hasta hoy, lleno de extravíos, tropiezos y aislados momentos de lucidez, me ha llevado a postular cosas que tengo como mis más desarrolladas conclusiones y que en realidad son idénticas a las que en su día plasmaba sin plantearme nada en especial.

Estoy seguro de que todo el mundo ha vivido la experiencia de leer algo que ha escrito hace muchos años y que coincide sorprendentemente con lo que hoy tiene por el fruto más excelso de su experiencia. A esto me refiero. Sólo se diferencia en una cosa: la conciencia.

Este fenómeno nos lleva obligadamente a darnos cuenta de que, efectivamente,  las mejores ideas se tienen de joven, pero que si no se desarrollan hasta interiorizarlas y gobernarlas a voluntad, son ideas volátiles, como tantas, que quedan como propuestas impersonales que siguen estando a disposición, por supuesto, de todos, pero que sólo unos pocos convierten en pan bien hecho, humeante y nutritivo.

En conclusión, el TPC para mí parte de la constatación de este hecho y de la formulación consiguiente de qué pasos han de darse para que ese potencial primigenio, regalado, fructifique en una obra que cumpla con el requisito fundamental de toda gran obra.

¿Cuál es el requisito de toda gran obra? Su potencia de transmisión respecto a que el fuego y la alta visión que la hizo posible reside también en el que la ve, de forma que el que la ve puede elevar su conciencia al nivel máximo de la humanidad.

Naturalmente hay un factor sine qua non puede hacerse uno receptor de semejante legado, y es el compromiso. O dicho de otra forma, vencer resueltamente la pasividad, puesto que un espectador como tal, en realidad no existe. Existe el que frente a una candente proposición de acción es vencido por su pasividad, y existe el que es espectador el tiempo justo para asimilar lo que tiene frente a sí, y al segundo siguiente embarcarse con resolución en un camino que ponga en acción su propia potencia creativa.

Nosotros ¿venceremos nuestra pasividad?

Jordi Díez, escultor diletante. 

2 comentarios:

  1. La conciencia, es el gran reto del siglo XXI, en el arte, en la educación, en la vida...Ahí pongo yo el compromiso. Y como primera prueba de la materialización de este hecho, empezemos por Barcelona. Cuando hayamos arrancado, lo veremos más fácil, nos motivaremos más. Ya hay fecha fija? está el tema cerrado? Yo voy para allá, a intentar aporta con mi trabajo, con mi investigación, a modo de charla, artículo, como lo consideréis.

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  2. Perfecto Raquel. Hemos de presentar el proyecto al Sta. Mónica de forma más actualizada. Los nuevos que vienen, los que se han ido... y, con tu intervención, el necesario peso filosófico y didáctico.

    Hale, a trabajar. Necesitamos textos para enriquecer el proyecto!

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